América Latina y China en el siglo del océano Pacífico

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Resumen

La iniciativa china “Una franja, una ruta” y la formalización del Tratado Transpacífico, firmado por once países, son indicadores de una nueva etapa en la globalización. Este artículo evalúa por qué el siglo XXI tendrá su centro en el océano Pacífico.

Introducción

En su libro China en América colonial, el historiador Marcelo Bonialian cuestiona la idea de que los mercados americanos miraban con exclusividad al océano Atlántico durante la colonia española. Al contrario, el comercio entre las indias occidentales y el continente asiático formaron parte de una vasta red entre los extremos del Pacífico.

Conocida como el Galeón de Manila, o la nao de la China, la primera expedición mercantil que unió el puerto mexicano de Acapulco y la capital de Filipinas data de 1582. Esta ruta significó una importante fuente de ingresos para el comercio intercolonial hasta mediados del siglo XVIII.

Desde Manila se embarcaban cerámicas, sedas, porcelanas y tejidos de procedencia china con dirección a los puertos del Pacífico mexicano o el Callao en Perú. Una vez en territorio americano, el cargamento se distribuía entre los comerciantes locales hacia tierra adentro. Existen registros de ferias con productos asiáticos en los extremos de la colonia, las actuales provincias de Tucumán, Salta y Córdoba. Al parecer, este comercio llegó a tener tal magnitud que el gobernador de Panamá, Francisco Valverde, advirtió a la corona española sobre las contrataciones de la China en 1605.

Esta red empezó a decaer a medida que la revolución industrial inglesa se derramaba en los mercados americanos. Lentamente, la conexión entre los puertos del Pacífico fue extinguiéndose a favor del contrabando británico o la exclusividad comercial con la metrópolis.

De hecho, los siglos XIX y XX estuvieron fundamentalmente centrados en el océano Atlántico. Los conflictos europeos repercutieron a través de la colonización en los extremos del globo y la emergencia de Estados Unidos, como primera economía mundial, impulsó políticas de seguridad y conexión con el viejo mundo.

Sin embargo, distintas señales permiten afirmar que el siglo XXI será el siglo del océano Pacífico. La firma de un acuerdo entre once países, el pasado 7 de marzo, ratifica la voluntad de avanzar por una integración económica por fuera de la decisión de Donald Trump de excluir a los Estados Unidos.

Australia, Brunéi, Canadá, Chile, Malasia, México, Japón, Nueva Zelanda, Perú, Singapur y Vietnam firmaron el Tratado de Asociación del Transpacífico (CPTPP) en Santiago de Chile. En conjunto representan el 15% de la economía mundial. Todavía falta determinar cuál será el rol de la República Popular China, dado que manifestó su interés en pertenecer a la asociación.

En simultáneo, el proyecto chino “Una franja, una ruta” (OBOR, por sus siglas en inglés) tiene un capítulo dedicado a la Nueva Ruta Marítima de la Seda, que está dirigido a poner en actividad el recorrido que realizaba la nao de la China. Iniciado en el 2013 como un plan de inversiones en conectividad entre el gigante asiático y la Unión Europea, OBOR se transformó en una de las políticas prioritarias del gobierno de Xi Jinping. Algunas de las obras ya fueron concretadas, como el tren que une la ciudad de Yiwu (donde se encuentra el “mercado de pequeñas manufacturas más grandes del mundo”, en palabras de las Naciones Unidades) con Madrid y Londres. Otras se encuentran en vías de realización como el puerto de aguas profundas en Gwadar, Pakistán.

Durante la apertura en el 2014 del Banco Asiático de Inversión en Infraestructuras (uno de los órganos que impulsa las inversiones en trenes, autopistas, puertos y obras energéticas), Xi manifestó el interés de incorporar a América Latina. El gobierno de Estados Unidos sugirió a los países en vías de desarrollo abstenerse.

El proyecto contempla la conexión interna de América del Sur con vistas al océano Pacífico. El gobierno chino expresó la voluntad de invertir un total de 20 mil millones de dólares en seis vías férreas, que van desde la costa sur de Brasil hasta Antofagasta en Chile, desde Buenos Aires hasta Valparaíso, de Santa Cruz en Bolivia al puerto de Ilo y, por último, el Corredor Bioceánico Central, que conectaría el puerto de Santos con la costa de Perú. Cada proyecto encuentra un conjunto de complejidades que muchas veces no son tenidas en cuenta, como los diferentes marcos institucionales entre los países que se atraviesan, el impacto ambiental y las comunidades originarias.

En este sentido, la visita a la Argentina del ministro de finanzas chino, Xiao Jie, el 30 de enero reafirmó que los proyectos de conexión son prioritarios. Xiao disertó sobre los fundamentos de la iniciativa “Una franja, una ruta” y presentó un plan de cinco pasos, entre los que se prevé la construcción del túnel de Agua Negra entre la provincia argentina de San Juan y Coquimbo en Chile.

También se diseñaron políticas locales que tienden hacia el vínculo con América Latina. Desde las reformas de Deng Xiaoping, la geografía china se dividió en áreas de rápida especialización y vínculo con el extranjero. El comercio con Hispanoamérica se encuentra capitalizado en la costa sur; de hecho, la provincia de Guangzhou importa el 55% de los alimentos que provienen de Chile y Argentina. El gobierno provincial prometió una serie de facilidades para las empresas latinoamericanas que busquen instalarse en la región. Esta clase de proyectos superan la financiación y se enfocan en la faz productiva.

El acercamiento del gobierno argentino a la Alianza del Pacífico, de la que forman parte México, Colombia, Chile y Perú, apunta en esta dirección: la integración física de los dos bloques económicos que componen América del Sur. Sin embargo, la disparidad económica entre los estados miembros de Mercosur y la Alianza Pacífica impiden una política única hacia China y Asia.

Algunos especialistas han destacado que la firma del nuevo Tratado Transpacífico forma parte de una disputa de poder entre las economías más pujantes del extremo asiático para ampliar sus áreas de influencia. El rechazo y clausura de la administración de Donald Trump vaticina una nueva etapa en la globalización, que ya no será liderada por los Estados Unidos. La multipolaridad obliga a un juego de bloques económicos y países asociados.

Lo cierto es que la política global del siglo XXI dependerá en gran medida de la cuenca del Pacífico. Los mapas que se utilizan en las escuelas occidentales tiene su eje este-oeste en el meridiano de Greenwich. En cambio, los atlas que se utilizan en China tienen centro en algún lugar del océano Pacífico. Cambiar la cartografía que se usa en América Latina puede ser una primera medida, acorde a los tiempos que corren.

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